Silvina Ocampo y Alejandra Pizarnik: historia de un amor inconcluso

Manu Roust
6 min readJun 16, 2020

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Silvina Ocampo, Enrique Pezzoni, Alejandra Pizarnik, Edgardo Cozarinski y Manuel Mujica Láinez. Fotografía tomada por Bioy Casares.

Por Silvina Ocampo, la protagonista de esta historia, fue el amor y el odio, la paz y el tormento. En el mundo tan seductor que prodigaba era capaz de emitir las elucubraciones más crueles, más mentirosas, más tramposas. Sus personajes vagaban permanentemente entre el sexo, la perversión y el tormento, hasta podían llegar a mostrar resabios de resentimiento tal como lo autora manifestó en vida. Esa máscara, que también le era propia −porque ya es sabido que los personajes habitan el mundo del autor−, no terminó por dañarla afortunadamente. Silvina fue y siguió siendo hasta su muerte en 1993 una persona seductora y adorable, aunque sus gestos de crueldad escondían una personalidad capaz de tejer telas de araña para sus más selectas víctimas. El miedo quizá a perderlas era lo que la llevaba a retenerlas, a veces, de las formas más insólitas.

En sus relatos, que terminaron por eclipsar a su hermana Victoria −jamás demostró talento para la literatura−, Silvina era el dios que confería y quitaba vida a sus personajes, la que los dotaba de momentos de alegría y de tristeza. Era el mundo literario en el que se desplegaba como verdadera soberana, tan distinto al de la vida real, donde no podía escapar a las infidelidades de Adolfo Bioy Casares, su esposo desde 1940, que sin embargo siempre regresaba a su lecho, porque después de todo ¿en qué otra parte había una mujer como Silvina? Y a la inversa, porque Silvina no era ninguna víctima y también disfrutó de amoríos extramatrimoniales a sabiendas, incluso, de Bioy.

Pero la obsesión enfermiza por el sexo y la libertad llevaron a los dos, en algunas ocasiones, a lugares insospechados. Su sobrina nieta Dolores Bengolea contó que, en una oportunidad, luego del casamiento de ambos, emprendieron una larga luna de miel por Europa, tal como era costumbre en la aristocracia de la época. Y que se llevaron consigo a Jenka, la sobrina adolescente de Silvina, la hija mayor de “Pancha”, otra de las hermanas Ocampo.

Lo que aconteció en aquel viaje sembró una ruptura, quizás eterna, en la familia Ocampo. Victoria, que tenía una altivez notable, jamás se los perdonó. Algunos todavía creen que fueron los celos hacia el talento de Silvina lo que empobreció la relación entre ambas. La realidad es mucho más profunda.

Jenka, la sobrina adorada de Victoria, fue llevada por la pareja de luna de miel y en aquel viaje, en un acto de pleno consentimiento, fue compartida sexualmente por Bioy y Silvina.

Dicen que aquello destruyó internamente a Victoria y que, por el resto de su vida, la transformó en otra persona. No se sabe, aunque fue un escándalo familiar que jamás salió a la luz pública, qué fue lo que sucedió con certeza. Pero, a partir de ahí, la relación de Silvina con Victoria pasó por períodos intermitentes de alejamiento.

La vida de Jenka, paralelamente, entró en un colapso. Jenka volvió de aquel viaje y pasó de ser una campeona argentina de golf juvenil a encerrarse en el campo familiar para siempre. Tuvo una vida miserable y se dedicó a ser la compañera inseparable de sus padres, mientras en secreto rogaba que Silvina volviera a su encuentro. Dicen los que la conocieron que aquella experiencia sexual a tan temprana edad la desconcertó tanto que jamás encontró su lugar en la sociedad. Y así fue.

No significó, sin embargo, el mayor escándalo en la vida de Silvina. Existe otro que, de comprobarse, dejaría al de Jenka convertido en un grano de arroz. Juan José Sebreli está convencido de que Silvina mantuvo un romance con su suegra, Marta Casares, antes de conocerlo a Bioy. Y que Casares, para impedir que Silvina se alejara de su vida, le presentó a su hijo, con quien finalmente se casó. Esta versión, sin embargo, fue rebatida por algunos biógrafos y volvió a revivir con algunas declaraciones de Bioy, que admitió que su madre sufrió mucho el día de su casamiento.

Pero volvamos, si les parece, a la otra protagonista de esta historia.

Más adentrados en su vida de literatos, el matrimonio Bioy Casares-Ocampo conoció a la escritora Alejandra Pizarnik. La ambigua relación mantenida por ambos con la joven escritora hizo correr ríos de tinta. Se sabe que se conocieron en el estudio fotográfico de Sara Facio y que Pizarnik llegó a tener una profunda admiración por Silvina, a tal punto que la consideraba una poeta única, especialmente por su personalidad críptica y su impronta aristocrática.

Pizarnik, inclusive, llegó a manifestarle explícitamente su amor en algunas cartas:

Oh Sylvette, si estuvieras. Claro es que te besaría una mano y lloraría, pero sos mi paraíso perdido. Vuelto a encontrar y perdido. Al carajo los greco-romanos. Yo adoro tu cara. Y tus piernas y tus manos que llevan a la casa del recuerdo-sueños, urdida en un más allá del pasado verdadero.

Silvine, mi vida (en el sentido literal) le escribí a Adolfito para que nuestra amistad no se duerma. Me atreví a rogarle que te bese (poco: 5 o 6 veces) de mi parte y creo que se dio cuenta de que te amo sin fondo. A él lo amo pero es distinto, vos sabés, ¿no? Además lo admiro y es tan dulce y aristocrático y simple. Pero no es vos. Te dejo: me muero de fiebre y tengo frío. Quisiera que estuvieras desnuda, a mi lado, leyendo tus poemas en voz viva. Sylvette, pronto te escribiré. Sylv, yo sé lo que es esta carta. Pero te tengo confianza mística. Además la muerte tan cercana a mí, tan lozana, me oprime. Sylvette, no es una calentura, es un re-conocimiento infinito de que sos maravillosa, genial y adorable. Haceme un lugarcito en vos, no te molestaré. Pero te quiero, oh no imaginás cómo me estremezco al recordar tus manos que jamás volveré a tocar si no te complace puesto que ya lo ves lo sexual es un “tercero” por añadidura. En fin, no sigo. Les mando los 2 librejos de poemas póstumos –cosa seria — . Te beso como yo sé, a la rusa (con variantes francesas y de Córcega) . O no te beso sino que te saludo, según tus gustos, como quieras.

No faltaron más epístolas y hasta se presume que Bioy, que jamás pudo abandonar su pasión por las mujeres, tuvo un vínculo más íntimo con Pizarnik. De hecho, hasta la visitó en el sanatorio donde estuvo internada en una de sus crisis psiquiátricas, mientras que Silvina le dedicó su libro Los días de la noche: “A Alejandra en agradecimiento por un cuadro que me encanta. Con cariño”.

Las últimas cartas redactadas por Pizarnik a Ocampo, días antes de su muerte, tienen sin lugar a dudas rastros de desesperación y se percibe, por el otro lado, un cierto desinterés de Ocampo.

Poco antes de morir, Pizarnik la llamó a su casa y ella no atendió el teléfono, ocupada en un viaje a Europa que estaba preparando. Al enterarse de que Ocampo estaba en su casa, se quejó de la falta de atención y le rogó que le “hiciera un lugar”, que no provocara que “tuviera que morir ya”.

El romance entre ambas, aunque hay claros indicios de que existió, sigue siendo un misterio. Con más dudas que certezas, este artículo busca llenar algunos vacíos que borró la desmemoria, pero encuentra un problema: no existen muchas cartas de Silvina en las que se refiera al asunto. ¿Las habrá quemado, fiel a la tradición iniciada por su hermana Victoria?

Alejandra Pizarnik, posiblemente la poeta más atormentada del siglo XX, se suicidó el 25 de septiembre de 1972 luego de ingerir cincuenta pastillas. Tenía 36 años. Silvina, 33 años más que ella. Pocos días antes, le había enviado una misiva desesperada, de la que nunca recibió respuesta.

“Siempre me pareció criminal dejar inconcluso algo que uno ha empezado”, dijo Silvina Ocampo, que tenía una gran fascinación por lo horrible y a quien Borges atribuyó alguna vez el don de la videncia. ¿Intuía, Silvina, que Alejandra se acercaba al final de su libro?

Aunque sea delirante pensarlo, no puedo dejar de establecer similitudes entre las vidas de Jenka y de Alejandra Pizarnik luego de pasar por la vida de Silvina.

Los que cayeron enamorados de Silvina argumentaron que era una “hechicera” con poca hermosura, pero de gran seducción, una especie de “perversa polimorfa” y que era difícil escapar de sus redes una vez que alguien se adentraba en su mundo.

Si bien fueron muchos y consabidos los tormentos de Pizarnik que la llevaron a su decisión, ¿habrá sido intencional la indiferencia de Ocampo? ¿Habrá creído que Pizarnik era un personaje al que podía maniobrar como a los suyos y que ella, sabiéndose hechicera, era capaz de forzar su final?

Bibliografía

· Enriquez, Mariana (2018). Silvina Ocampo: la hermana menor. Buenos Aires, Editorial Anagrama.

· Lijtmaer, Lucía. “¿Fueron amantes las dos escritoras más importantes del siglo XX?”, en Vanity Fair. Buenos Aires, 15 de julio de 2018.

· Ruiz Guiñazú, Magdalena (2012). Secretos de familia, Buenos Aires, Penguin Random House Grupo Editorial.

· “Silvina Ocampo inédita”, en La Nación. Buenos Aires, 25 de febrero de 2011.

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Manu Roust

Nací en 1996. Me apasiona contar historias y sacar fotos. Estudio Relaciones Públicas.